Como reza el dicho: “hay que empezar la casa por el tejado”, así que para empezar la nueva y flamante sección, lo primero de todo es comenzar sabiendo exactamente de quién estamos hablando y de dónde sale el presidente número 45 de EE.UU., dueño de tan envidiable pelazo.
Donald Trump nace en Nueva York el 14 de junio de 1946 fruto de unos padres, que a todas luces se alegraron mucho del final de la guerra mundial (si restamos nueve meses a su fecha de nacimiento aparece una fecha cercana al 2 de septiembre de 1945, fin de la segunda guerra mundial. Que cada uno saque sus propias conclusiones…).
A los trece años, Trump tiene problemas de conducta y sus padres deciden enviarle a un colegio militar, donde parece ser que le ponen en vereda porque poco más tarde, ya cursando estudios financieros en la universidad (específicamente orientados al sector inmobiliario), se hace cargo de su primer proyecto.
Se encarga entonces de revitalizar un complejo de edificios, para el que su familia realiza una inversión de 500.000$. Dos años más tarde, consiguen venderlo por 6,7 millones de dólares, por lo que nos encontramos aquí con el primer pelotazo del ahora presidente de EE.UU.
El ascenso en el Business: de pelotazo en pelotazo.
Alrededor de 1971, Donald se traslada a Manhatan, donde establece su imperio y comienza a construir todo su poderío financiero. Que si compro un edificio, que si tiro este y me monto otro, que si ahora me compro un casino y lo que haga falta, y un largo etcétera, que sólo hacen que sumar éxitos (y deudas) a su curriculum y marca personal. Sin lugar a dudas, el gancho de su personalidad empieza a estar por encima de todos sus proyectos, tengan éxito o fracaso.
Con este escenario, el Presidente continúa dando de qué hablar. Mientras que su fortuna sólo hace que crecer, muchas veces la lía parda y llega a quedarse casi con una mano delante y otra detrás. Pero ¿por qué sobrevive entonces este señor, que no es todo melena al viento.
Su carisma, sus formas, su visión de negocio y su capacidad de trabajo incansable transmiten una imagen de él que trasciende a todos sus fracasos, y es que la marca personal Trump ya es conocida en todo el mundo.
El pelotazo máximo: Presidente de los Estados Unidos.
Tanto es el éxito de su propia persona, que finalmente provoca que Donald decida venirse arriba y presentarse a la candidatura a la presidencia de EE.UU y el tipo arrasa a todos sus rivales, para acabar también ganando el pulso a Hillary.
A Trump no le importa bajar al barro; es más, se desenvuelve con especial astucia en él. Y allí, después de apretar bastante a su adversaria y unas declaraciones a base de gasolina y mechero, consigue convencer y acaba sentándose en el despacho oval. La guinda del pastel, vaya.
“Que hablen mal, pero que hablen.” ¿Lo entiendes ahora? Pues eso.
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